Santiago Giménez-Roldán y la histeria

Desde la antigüedad, los médicos han constatado la existencia de pacientes que presentan síntomas físicos sin lesión que los justifique; por ejemplo, una parálisis sin daños en los nervios ni músculos o una ceguera sin anomalías en el ojo. Son pacientes con un conflicto de conversión o somatoforme, conocido tradicionalmente como histeria. En todos estos casos se supone que la causa es un problema psicológico que se convierte en un síntoma orgánico que lo simboliza.

Santiago Giménez-Roldán, jefe del Servicio de Neurología del Hospital General Universitario Gregorio Marañón, es el autor del libro ‘Histeria: una perspectiva neurológica’, una monografía sobre este conjunto de desórdenes, publicada por la editorial Elsevier y patrocinada por la compañía farmacéutica GlaxoSmithKline.

Un prólogo del también neurólogo Luís Barraquer i Bordas acompaña a este libro dirigido a especialistas aunque con un lenguaje perfectamente asequible para los aficionados a los trastornos de la mente y el sistema nervioso. La monografía aúna todos los aspectos que tienen relación con la histeria a lo largo de 15 capítulos. Recorre la epidemiología, etiología, síntomas, diagnóstico, pronóstico y tratamiento de la histeria, sin olvidar la perspectiva histórica.

«El término histeria deriva de ‘hysterus’, que significa útero, ya que los antiguos asociaron esta patología con la mujer», explica Gimenez-Roldán. Esto contribuyó a que «se descuidara la observación de fenómenos histéricos en el hombre, que también existen». El autor dedica un capítulo a Jean Martin Charcot (1825-1893), padre de la neurología, que ocupó gran parte de su carrera al estudio de la histeria en el viejo asilo de La Salpêtrière, en París.

«La histeria es un problema muy serio ya que dos de cada tres pacientes con manifestaciones psicogénicas prosiguen indefinidamente con estas, es decir, no se curan», resalta el autor. Hoy en día, la tecnología ha mejorado y hay un mayor número de neurólogos especializados en esta patología. Gracias a ello, se sabe que existen muchos más pacientes con histeria de los que se pensaba.

«Tanto es así», señala el autor, «que entre un 20% y un 30% de los pacientes diagnosticados de epilepsia crónica incurable por medios farmacológicos sufren, en realidad, crisis psicogénicas». Además, según explica, del 1% al 3% de los enfermos neurológicos con problemas graves como paraplejías, parkinsonismos e incoordinación tienen su origen en problemas de la mente.

Diagnosticar la histeria no es tarea fácil. Los neurólogos no encuentran una explicación física a los síntomas y a veces dudan sobre si éstos son simulados por el enfermo y, por su parte, los psiquiatras no encuentran respuestas convincentes desde el punto de vista científico al origen psíquico de los síntomas. «La capacidad de la mente humana para desarrollar conductas peculiares es casi infinita y uno se sorprende viendo casos con insólitas manifestaciones psicogénicas», comenta el autor.

A la hora de hacer un diagnóstico es fundamental un especialista experimentado. Las molestias del paciente no concuerdan con ninguna causa orgánica, pero a pesar de ello, el especialista debe realizar los estudios pertientes como si lo fueran. Giménez-Roldán considera inapropiado que el médico actúe con ironía, minimice el problema -«usted no tiene nada…»- o, por el contrario, embarque al paciente en un sinfín de pruebas que lo único que hacen es reforzar su convicción de sufrir un problema oscuro e incurable -«le he hecho de todo y no encuentro nada»-.

No existe ‘una pastilla’ que cure los síntomas psicogénicos. Lo ideal es que los pacientes sean manejados por un equipo multidisciplinar formado por neurólogos, psiquiatrías y, en ocasiones, también fisioterapeutas o psicólogos. La colaboración del psiquiatra es ineludible cuando el paciente lleva asociada una grave psicopatología de fondo.

El profesor Giménez-Roldán, de acuerdo con su amplia experiencia y con los datos de la literatura científica, sugiere en su libro algunas pautas útiles en el manejo de estos difíciles pacientes. «Los resultados pueden ser espectaculares en casos agudos: el paciente que ingresa en silla de ruedas puede salir andando minutos después«, asegura.

El pronóstico es considerablemente peor cuando la situación se cronifica. Según explica, «al cabo de los años, y tras un peregrinar de consulta en consulta, uno encuentra a no pocos de estos pacientes aislados socialmente, viviendo a expensas de una pensión de invalidez y bajo los cuidados de un familiar sacrificado».

Fuente : EL PAIS / Neurociencia.

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